Langa de Duero, la antigua Segontia Lanka, ha sido celtibérica, arévaca, romana, musulmana y cristiana sucesivamente. De su importancia en la antigüedad quedan las citas de autores como Estrabón, Apiano, Plinio y Diodoro Sículo.
Personajes de distintas épocas han ido sucediendo sus presencias en la localidad. Los Reyes Católicos, Carlos I, Enrique Enríquez, Álvaro de Luna, son ejemplos de ilustres figuras de la historia de España. Langa también acogió a nobles familias como los Avellaneda, los Montijo, etc. Y otro dato que sirve de referencia obligada es que el propio Cid Campeador fue alcaide de su castillo roquero.
Por su tierra discurre abundante agua para cultivos que nada tienen que ver con el cereal de secano (aunque también hay de él), abundan las viñas y por consiguiente el vino, bien guardado en el fondo de las bodegas familiares, lugar de reunión (tanto dentro como alrededor de ellas) de familia y amigos que riegan los productos de la olla con ese vinillo de Langa que, como diría Gaya Nuño es “flojito, espumoso, acidillo y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura”. Hablamos de Langa de Duero, donde viven alrededor de seiscientos langueños.
Los clásicos han escrito de este lugar y se han hallado restos que algunos atribuyen a la población celtíbera de Segontia Lanka, citada por Strabon, y cuya teoría estaría avalada, además de por los clásicos, en una moneda encontrada con esta inscripción. También han aparecido restos visigóticos. Las fuentes escritas y conservadas son posteriores; la primera de ellas hace mención a la donación de la villa a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, alrededor de las fechas en que se otorgó, en señorío, la de Berlanga de Duero.
En el otero más alto, la torre de Langa da la bienvenida al visitante; su función, defensiva, fue muy importante en las luchas entre musulmanes y cristianos, en la misma orilla del río Duero. En esta torre estuvo preso el duque de Medinasidonia, hermanastro de la reina Leonor de Castilla y hermano del Almirante de Castilla, de la familia de los Enríquez, quien, según la leyenda, logró escapar de la torre con cuerda proporcionada por los propios vecinos. En el término de Langa se contabilizan dos despoblados, el de Oradero, donde todavía se conserva la ermita del mismo nombre, y el de las Quintanas, donde aparecen restos de habitación.
Siglos más tarde, en el XVIII concretamente, la villa pertenecía al conde de Miranda, quien cobraba portazgo y martiniega, siendo las alcabalas –el impuesto más importante de la época- percibidas por el rey. El molino harinero de una muela sobre el río Valdanzo, pertenecía al conde de Miranda, y el común era propietario de una taberna y mesón además del puente de sillería de 12 arcos sobre el Duero y once puentes más de madera. Vivían 65 vecinos, 4 habitantes y 9 viudas. Un siglo después, Madoz dice que los vecinos eran 170 y los habitantes 650, con lo que la población casi se había triplicado; a la escuela acudían 60 niños; había una posada, abundancia de vino, telares ordinarios y una tienda en la que vendían paños, telas, y quincalla.
La industria gira alrededor del río Duero y de su afluente el Valdanzo, con cuya agua decíamos que funcionaba un molino en término de Langa; en realidad, desde su nacimiento (de trece fuentes y manantiales de Valdanzuelo) y en su discurrir directo al Duero, por Valdanzuelo, Valdanzo y Langa, movió en su día siete molinos y dos batanes, además de regar buena parte de las cien hectáreas de remolacha de la zona; es truchero y cangrejero. Chopos marcando el serpear del Duero, carrasca y enebro en el monte y un sotobosque de espliego, tomillo, té y aliaga, completan el entorno natural de Langa, donde pueden cazarse conejos, liebres y perdices.
La actual Langa es una localidad tranquila que, no sin esfuerzos, va recuperando poco a poco su espacio económico y social tras el goteo interminable de emigración a otras localidades industriales.
Nuevas perspectivas económicas como la radicación de una bodega con denominación de origen Ribera de Duero, una industria de cogeneración de energía eléctrica y actividades culturales como la creación del Centro de Interpretación de las Atalayas permitirán, sin duda, un relanzamiento de iniciativas tanto económicas como turístico-culturales, favorecedoras del desarrollo sostenible de esta población del poniente soriano.